Hemos celebrado la menor deforestación de la Floresta Amazónica desde hace tres años: 17 mil quilómetros cuadrados. Es casi la mitad de Holanda. Del área total ya hemos deforestado un 16%, lo que equivale al doble de tamaño de Alemania y al triple de la extensión del Estado de São Paulo. No hay por qué celebrar. Amazonia no es el pulmón del mundo, pero le presta servicios ambientales de vital importancia a Brasil y al Planeta. Esa amplitud verde que se extiende por más de cinco millones de quilómetros cuadrados es una capa térmica engendrada por la naturaleza para que los rayos solares no alcancen el suelo, que posibilita la vida de la más exuberante floresta de la tierra y auxilia a regular la temperatura del Planeta.
Tras verse derribada en su pujanza, violada por madereros inescrupulosos, le prenden fuego a su traje de esmeralda y le dan paso a forasteros que la vilipendian cuando siembran pasto y soja sobre las cenizas de castaños centenarios. La devastación sigue, pese al extraordinario esfuerzo con tal de implantar unidades de conservación como alternativas de desarrollo sostenible. La devastación sigue, aunque la sangre de “Chico Mendes” ya haya acuñado el pacto de armonía hombre-naturaleza entre caucheros e indígenas, aunque los pueblos de la floresta se hayan unido “por el derecho a mantener nuestras florestas en pie, ya que son nuestra fuente de vida”, aunque se hayan vivido muchas sagas colmadas de heroísmo, muerte y pasión en Amazonia.
Como en el pasado, vemos la Floresta como un obstáculo al progreso, como área a la que hay que vencer y conquistar. Una inmensa oferta de tierras que pronto se convertirán en pastos poco productivos, campos de soja y especies vegetales para combustibles alternativos o, entonces, fuente inagotable de madera, pescado, oro, minerales y energía eléctrica. Continuamos un pueblo irresponsable. La deforestación y el incendio son el símbolo de nuestra incapacidad de comprender la sutileza y la inestabilidad del ecosistema amazónico y cómo tratarlo.
Un país que posee 165.000 km2 de área deforestada, abandonada o semiabandonada, puede duplicar su producción de granos sin que se necesite derrumbar tan solo un árbol. Urge que pasemos a administrar con responsabilidad lo que nos queda de los valorosos recursos naturales que todavía disponemos.
Por lo tanto, creemos que la única actitud correcta, con tal de que desaceleremos los efectos casi irreversibles de la deforestación, según lo que determina el § 4º del Artículo 225 de la Constitución Federal, donde se lee:
“La Floresta Amazónica brasileña (...) es patrimonio nacional, y se le hará uso, en la forma de la ley, dentro de condiciones que aseguren preservación del medio ambiente, incluso en cuanto a la utilización de los recursos naturales”.
Esa medida se la debe implementar en niveles Federal, Estadual y Municipal:
LA INMEDIATA PROHIBICIÓN DE LA DEFORESTACIÓN DE LA AMAZONIA BRASILEÑA.
¡Ya! Ha llegado la hora de que veamos nuestros árboles como monumentos de nuestra cultura e historia.
SOMOS UN PUEBLO DE LA FLORESTA!
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